ELPITRANTO
Antes que Domingo Keupuchur se decidiera atalar el pitranto, crecían en el: canelos, temos, pitras, luma, quilas, junquillos y una hierba esponjosa y alta, que en el invierno satisfacía, aunque malamente, las necesidades del ganado.
Como era el único retazo virgen de supequeña propiedad, el proyecto le había dado vueltas en su cabeza durante todoel año. Decidió ya el destino del bosquecillo, el hacha le dio vueltas en las manos una mañana entera hasta decidirse a dar el primer golpe.
A don Domingo le parecía que los arboles caerían sobre, como venganza por derribarlos y exterminar aquel oasis de verdura que tanta alegría le regalaba a sus hijos y también a los pájaros y animales. Allí la tierra se tomaba un respiro porque después sucumbía en un suelo acido y reseco que bebía el agua de la lluvia sin saciarse nunca; tostándose con el primer racismo de sol con las más leves pisadas del viento.
Entonces sin duda don Domingo Keupuchur había descargado el hacha poseído por un demonio oscuro su locura hacia trastabillarel recuerdo de la leña que temperaba la ruka en los inviernos, el amparo que la sombra prodigaba en verano, el ramoneo que para las sequias salvaba el ganado, y la certeza, por último, de que en este rincón permanecían vivas e intocadas las voces y espíritus de sus antepasados mapuches.
Ahora el pitranto no existía, en su lugar plantas robustas y verdísimas prometían una extraordinaria cosecha de papas.
Año sin cosecha de trigo, pero, gracias al terreno donde estuvo el pitranto, con sacos y mas sacos de papas, repitió Domingo, con esa calma intolerable que llegaba a sacar lagrimas a Rayen, sumujer.
¿Para qué hablar tanto del trigo cuando este año no se había podido sembrar? Sería un año largo y malo ! todos los sabían muy bien!
Esta vez a la tierra le toco descansar, engañarla – pensaba Rayen- con una chacra que dio mucho trabajo, pocos porotos y choclos.
Y mientras la mujer pensaba en el suelo áspero y pobre; generoso con la chépica, la cicuta y el cardo cicatero con el trigo y la avena, Domingo Keupuchur, se imaginaba paseando sobre una sementera de oro batida por las chicharras, agoreras de cereales y frutas.
Nos quedaran unos cuantos sacos de papas, gracias al terreno donde estuvo el pitranto – volvió a esgrimir su sin entusiasmo, para detener otro avance verbal de la mujer.
¿Las papas? ¿Hasta cuándo sueñas con laspapas? – rozongo Rayen, con indiferencia sabes bien que la semilla te la presto don Federico; y también el trigo que saldrá del barbecho, las crías de las ovejas y el carbón que hagas en este invierno, todo se lo tragara el libro donde el gringo anota calillas…..
No puede ser, no será así. Yo voltee el pitranto para que las papas sean nuestras negó don Domingo sin una pisca de calor, con esa tranquilidad que enfermaba a Rayen, pero que a el lo ayudaba a vivir-.
El gringo no exigirá tanto esta vez. No tenemos trigo. Además no es justo.
Alguna vez morirá él, o se quemara el libro, o nos moriremos nosotros por fin.
Peor, peor, acuérdate. Este año no lo llevamos al gringo un grano de trigo ¡un hambre a de tener!
Don Domingo tratando de no oír los augurios de Rayen, sigue trabajando con la azada entre sus manos de piedra, en medio de uno u otro tronco degollado, huérfano del resuello verde que aventaba al cielo:sombra, hojas y nidos.
El sol muerde al hombre y reseca también esa tierra negra, amasada con hojas, maderas y raíces del pitranto. Domingo es un pilme gigante, que en vez de comerse las hojas, azotas las raíces de la papas y les arrebata sus tubérculos dorados: los grandes y carnudos, semejantes a las manzanas “cabeza de niño” que cuelgan de los huertos de los gringos, y hasta los pequeños de tamaño de una avellana.
A ratos una canción fugitiva sube de su garganta. Piensa en las papas asadas, en los sabrosos caldos de papas asadas,en los sabrosos caldos de papas junto a su familia que comerá en el invierno.Sus hijos Segundo, Mauda y Marcialito le ayudan a recoger, como si el padre fuese la principal figura de un juego inventado esa mañana. Pero don Domingo Keupuchur calla. La buena cosecha no le impide pensar en el gringo o que un golpe de una alzada rompa una reni y la mano de un brujo lo hunda para siempre en esa tierra todavía fresca en castigo por haber destruido su último refugio.
Palabras con Rayen, temores que saltan derepente, la alegría de un rinde que solo viera en su niñez jalonan el tercer día y final de la prodiga cosecha.
Transcurren algunos días que los mapuches pasan desgarrando choclos, aventando el capotillo de las espigas que Rayen y los niños recogieron en las sementeras del fundo. Lunes debe ser porque se olvidan de las fechas, cuando viajan de madrugada a cosechar el papal de Florindo Antillanca medio hermano de Rayen, Florindo es generoso y no solo agasaja a sus parientes entre descanso y descanso del trabajo, también los despide con cuatro almudes de trigo y de dos porotos que Domingo y Rayen, cargan felices sobre sus hombros sudorosos.
El Trancura alarga sus torrentes de plata y el Llaima pone morada la escarcha que eternamente agosta su cráter. De lejos laruka semeja un nido de zorzales, levantado sobre la media falda de un lomaje.
Entre el corral y la huerta fulge el manchón verde que oculta ese asomo de agua, el mismo que con un poco de trabajo, y el bombeo de las raíces de sauces y mimbres, bien pudiera transformarse en una vertiente. Abajo en el plan, se esfuman las huellas recientes del papal y las más hondas del pitranto.
Un paso, otro paso. Marcialito llora, porque le marea los trocos. También Rayen quisiera tenderse sobre los terrones, afilados como navajas. Solo Domingo Keupuchur, con su tranquilidad de siempre, avanza sin quejarse. Él es quien hace señas a su mujer para que observe la puerta de la ruka, porque semeja una boca negra, misteriosa, con sus desvencijadas fauces abiertas.
Todo está más o menos bien, pero han dejado limpio el rincón donde los sacos de papas, aun oliendo tierra, prometían aflojar la soga que apretaría el invierno.
-¡el gringo! ¡El gringo! – gime rayen con un hueco en el pecho.
Y domingo, tranquilo siempre, piensa que no está bien una cosecha lograda a costa de los árboles y el alma que, durante cientos de años, forjaron el cielo y el agua entre las raíces del pitranto.
Antes que Domingo Keupuchur se decidiera atalar el pitranto, crecían en el: canelos, temos, pitras, luma, quilas, junquillos y una hierba esponjosa y alta, que en el invierno satisfacía, aunque malamente, las necesidades del ganado.
Como era el único retazo virgen de supequeña propiedad, el proyecto le había dado vueltas en su cabeza durante todoel año. Decidió ya el destino del bosquecillo, el hacha le dio vueltas en las manos una mañana entera hasta decidirse a dar el primer golpe.
A don Domingo le parecía que los arboles caerían sobre, como venganza por derribarlos y exterminar aquel oasis de verdura que tanta alegría le regalaba a sus hijos y también a los pájaros y animales. Allí la tierra se tomaba un respiro porque después sucumbía en un suelo acido y reseco que bebía el agua de la lluvia sin saciarse nunca; tostándose con el primer racismo de sol con las más leves pisadas del viento.
Entonces sin duda don Domingo Keupuchur había descargado el hacha poseído por un demonio oscuro su locura hacia trastabillarel recuerdo de la leña que temperaba la ruka en los inviernos, el amparo que la sombra prodigaba en verano, el ramoneo que para las sequias salvaba el ganado, y la certeza, por último, de que en este rincón permanecían vivas e intocadas las voces y espíritus de sus antepasados mapuches.
Ahora el pitranto no existía, en su lugar plantas robustas y verdísimas prometían una extraordinaria cosecha de papas.
Año sin cosecha de trigo, pero, gracias al terreno donde estuvo el pitranto, con sacos y mas sacos de papas, repitió Domingo, con esa calma intolerable que llegaba a sacar lagrimas a Rayen, sumujer.
¿Para qué hablar tanto del trigo cuando este año no se había podido sembrar? Sería un año largo y malo ! todos los sabían muy bien!
Esta vez a la tierra le toco descansar, engañarla – pensaba Rayen- con una chacra que dio mucho trabajo, pocos porotos y choclos.
Y mientras la mujer pensaba en el suelo áspero y pobre; generoso con la chépica, la cicuta y el cardo cicatero con el trigo y la avena, Domingo Keupuchur, se imaginaba paseando sobre una sementera de oro batida por las chicharras, agoreras de cereales y frutas.
Nos quedaran unos cuantos sacos de papas, gracias al terreno donde estuvo el pitranto – volvió a esgrimir su sin entusiasmo, para detener otro avance verbal de la mujer.
¿Las papas? ¿Hasta cuándo sueñas con laspapas? – rozongo Rayen, con indiferencia sabes bien que la semilla te la presto don Federico; y también el trigo que saldrá del barbecho, las crías de las ovejas y el carbón que hagas en este invierno, todo se lo tragara el libro donde el gringo anota calillas…..
No puede ser, no será así. Yo voltee el pitranto para que las papas sean nuestras negó don Domingo sin una pisca de calor, con esa tranquilidad que enfermaba a Rayen, pero que a el lo ayudaba a vivir-.
El gringo no exigirá tanto esta vez. No tenemos trigo. Además no es justo.
Alguna vez morirá él, o se quemara el libro, o nos moriremos nosotros por fin.
Peor, peor, acuérdate. Este año no lo llevamos al gringo un grano de trigo ¡un hambre a de tener!
Don Domingo tratando de no oír los augurios de Rayen, sigue trabajando con la azada entre sus manos de piedra, en medio de uno u otro tronco degollado, huérfano del resuello verde que aventaba al cielo:sombra, hojas y nidos.
El sol muerde al hombre y reseca también esa tierra negra, amasada con hojas, maderas y raíces del pitranto. Domingo es un pilme gigante, que en vez de comerse las hojas, azotas las raíces de la papas y les arrebata sus tubérculos dorados: los grandes y carnudos, semejantes a las manzanas “cabeza de niño” que cuelgan de los huertos de los gringos, y hasta los pequeños de tamaño de una avellana.
A ratos una canción fugitiva sube de su garganta. Piensa en las papas asadas, en los sabrosos caldos de papas asadas,en los sabrosos caldos de papas junto a su familia que comerá en el invierno.Sus hijos Segundo, Mauda y Marcialito le ayudan a recoger, como si el padre fuese la principal figura de un juego inventado esa mañana. Pero don Domingo Keupuchur calla. La buena cosecha no le impide pensar en el gringo o que un golpe de una alzada rompa una reni y la mano de un brujo lo hunda para siempre en esa tierra todavía fresca en castigo por haber destruido su último refugio.
Palabras con Rayen, temores que saltan derepente, la alegría de un rinde que solo viera en su niñez jalonan el tercer día y final de la prodiga cosecha.
Transcurren algunos días que los mapuches pasan desgarrando choclos, aventando el capotillo de las espigas que Rayen y los niños recogieron en las sementeras del fundo. Lunes debe ser porque se olvidan de las fechas, cuando viajan de madrugada a cosechar el papal de Florindo Antillanca medio hermano de Rayen, Florindo es generoso y no solo agasaja a sus parientes entre descanso y descanso del trabajo, también los despide con cuatro almudes de trigo y de dos porotos que Domingo y Rayen, cargan felices sobre sus hombros sudorosos.
El Trancura alarga sus torrentes de plata y el Llaima pone morada la escarcha que eternamente agosta su cráter. De lejos laruka semeja un nido de zorzales, levantado sobre la media falda de un lomaje.
Entre el corral y la huerta fulge el manchón verde que oculta ese asomo de agua, el mismo que con un poco de trabajo, y el bombeo de las raíces de sauces y mimbres, bien pudiera transformarse en una vertiente. Abajo en el plan, se esfuman las huellas recientes del papal y las más hondas del pitranto.
Un paso, otro paso. Marcialito llora, porque le marea los trocos. También Rayen quisiera tenderse sobre los terrones, afilados como navajas. Solo Domingo Keupuchur, con su tranquilidad de siempre, avanza sin quejarse. Él es quien hace señas a su mujer para que observe la puerta de la ruka, porque semeja una boca negra, misteriosa, con sus desvencijadas fauces abiertas.
Todo está más o menos bien, pero han dejado limpio el rincón donde los sacos de papas, aun oliendo tierra, prometían aflojar la soga que apretaría el invierno.
-¡el gringo! ¡El gringo! – gime rayen con un hueco en el pecho.
Y domingo, tranquilo siempre, piensa que no está bien una cosecha lograda a costa de los árboles y el alma que, durante cientos de años, forjaron el cielo y el agua entre las raíces del pitranto.
Hola Pachi. Muy linda leyenda y con un profundo mensaje y educación ambiental. Gracias por compartirlo. Me interesa el tema, me podrías decir de donde sacaste información o de dónde puedo obtener más datos? Quizá por interno? Pero no sé cómo se hace jajaja...
ReplyDelete